APERTURAS DE «SHIMA» 550M, 7B, M6, IV+ Y «NO TOMORROW» 450M, 6C, M7, V, 90º
Como bien se suele decir, las cosas se saben cómo empiezan pero no como acaban. A pesar de ello esa semana pintaba bien. Todos los ingredientes estaban en el puchero. Buena previsión meteorológica, líneas dibujadas en las paredes esperando a ser escaladas y motivación como para regalar.
Con el Refugio Telera en Piedrafita de Jaca como campo base, nos juntamos todos los miembros del Equipo Español de Alpinismo para pasar una semana de escándalo. Mikel Zabalza, nuestro míster, ya nos había puesto en antecedentes y llegábamos con hambre de líneas vírgenes por las que subirnos.
Dicho y hecho, primer día y nos vamos a ver que encontramos. Nos dividimos en cordadas y ponemos rumbo al Pabellón, uno de las cumbres anexas a Peña Telera. Mientras los compañeros se meten en “Paula” línea que tenían pendiente de finalizar, Jesús y un servidor decidimos adentrarnos en el muro central.
Llevamos bastante artillería y es que, se ve bastante vertical, incluso desplomado, por lo que parece que tendremos entretenimiento para rato. La roca es buena, muy buena de hecho, agradable sorpresa después de comprobar que nos iba a tocar calzarnos los pies de gato en los largos de entrada. Una sensación extraña la de aproximar con piolet y crampones para cambiar de registro tan drásticamente.
-Atento Jesús que salgo. Coloco un par de fisureros y me veo volando por los aires. – ¡Pues solo llevamos tres metros, esto promete! Toca reír, como tomárselo si no. Vamos con pies de gato pero claro, muchos apoyos tienen nieve a sí que deberemos jugar a sortearlos. La pared nos va brindando un recorrido espectacular, buscando roca seca en los tres primeros largos, pues hay que escalar de verdad. Placas, diedros, fisuras perfectas de empotrar, techos y hasta un offwidth. Desde ahí los elementos se entremezclan y los pinchos serán nuestra herramienta de trabajo. Bonita escalada mixta con hielo cada vez más abundante a medida que ascendemos. Miramos el reloj y en acto de sensatez decidimos bajar a falta de un largo más antes de las campas centrales, fijando las cuerdas para el segundo ataque.
Así lo hicimos y la mañana siguiente nos plantamos en el lugar donde lo habíamos dejado. Todo el día por delante y aparentemente tendríamos una progresión más fluida. Nada más lejos de la realidad pues comenzaríamos con un largo que me haría despertar mejor que tres cafés. Lo fácil a veces es lo difícil y eso fue un buen ejemplo de ello. Un primer tramo de mixto más complejo daba paso a un tubo de nieve inconsistente que en su parte final desplomaba. Por suerte consigo salir de aquello con dignidad y llegar a un cómodo lugar para montar reunión desde donde por fin, pudimos ver el resto de la pared. Un trazado bastante directo y amable nos situaría en pocos largos más sobre “Malen”, vía que surca el flanco izquierdo de la pared. Desde allí, un par de largos más por sus bonitos mixtos, nos dejarían llegar a la cumbre.
De esta forma conseguimos firmar una bonita apertura, no sin sufrir los daños colaterales de este tipo de andaduras en forma de cuerpos doloridos, que nos harían pagar el obligado peaje del merecido día de reposo. Su nombre Shima, el mismo que la venidera criatura y dedicada a la incipiente paternidad de Carlos, otro de nuestros compañeros de equipo.
Y, ya que estamos subidos en la ola, ¡sigamos surfeándola! El anticiclón no tenía intención de marcharse y las condiciones aún permitían seguir escalando. Nosotros, aunque concentrados en la faena durante los días anteriores, llevábamos por defecto el “radar” conectado, siempre en constante búsqueda de nuevas líneas y éste se había fijado en otra especialmente atractiva.
Un cordón helado colgando en el vacío, surcaba el muro central del primer tercio de la pared del Tríptico, cumbre situada entre El Pabellón y Peña Telera. A priori parece escalable y es precisamente lo que nos atrajo por aquel trazado. La incertidumbre siempre está ahí y supone la llama que nos retroalimenta las ansias por seguir ascendiendo. En nuestro caso esa incertidumbre nos acompañaría durante toda la jornada.
Continuamos con la rutina de los días precedentes a base de desayuno nocturno para comenzar a caminar al alba. La aproximación la podemos hacer con los ojos cerrados, pues es coincidente en gran parte con la de los días anteriores y en poco más de dos horas nos encontramos a pie de pared. La línea es evidente, de hecho, es la única debilidad por la que podemos intentar surcar ese tramo de pared.
Vamos al lío y comienza Jesús con el primer largo que le daría la lata un buen rato. La roca no es de la mejor y las posibilidades de protección escasean en varios momentos así que, “poco a poco y buena letra”. Con el jet lag del madrugón totalmente asimilado, nos vemos bajo aquel techo de roca. El cordón de hielo cuelga poco y nos da la impresión de ser consistente por lo que igual tenemos suerte. La progresión es lenta por aquel severo desplome y en algún momento paso por fases de tareas de desescombro. Los piolets cuelgan en el arnés y puedo ir escalando con las manos pero con los crampones ya calzados, preparados para la salida a través del agua helada. Y allí, totalmente estirado, desenfundo uno de los piolets que consigo clavar en el hielo que, en efecto, es bueno. Hago lo mismo con el otro y tras unos cortos movimientos de crampones y piolets, doy la última zancada que me permite situarme en la vertical.
-Bueno, parece que lo duro ya está hecho. En efecto así era pero, como ya pude experimentar dos días antes la parte más psicológica del largo estaba por llegar. Aquellos dos primeros metros de hielo alpino de calidad me situaría bajo una columna de nieve vertical. En algún momento logré proteger con un tornillo de hielo pero, de sobra sabía que eran “quitamiedos” y era mejor no ponerlos a prueba. También coloqué algún friend que me permitió no tener que sobrepasarme en mi consumo de “sangre fría”. Y así, llego al aparente cambio de inclinación de la cascada que, en efecto, solo era aparente y me obliga a montar una reunión a base de un par de clavos, un friend y un tornillo. Jesús sube limpiando el largo y al llegar a mi altura examina los metros venideros. – ¡Animo que sales a jugar! Lo más difícil parecía estar hecho pero aún quedaban unos metros tiesos y lo que teníamos después no alcanzábamos a divisarlo. Y lo jugó muy bien, escalando con estilo la parte final de la cascada así como los siguientes resaltes en los que ya no alcanzaba a verlo.
En ese momento nos encontrábamos en mitad de la pared norte del Tríptico. ¿Lo más complicado ya estaba hecho? Ninguno lo sabíamos. Momento para pensar y decidir. Si seguíamos era para intentar salir por arriba. De lo contrario era momento de rapelar para volver al día siguiente a finalizar la apertura. Nos miramos y seguidamente miramos para arriba.
-Chus, son las 4 de la tarde. ¿Parece que vamos justos de tiempo no? Bueno tiro un trozo y a ver como lo vemos. Ya sabes, si se acaba la cuerda sales. Los dos sabíamos que ese “tiro un trozo” era el punto de inflexión. Por mi parte, la cabeza me pedía guerra y sin apenas mediar palabras, me quedó claro que Jesús tenía la misma sensación.
Y así, metro a metro por terreno fácil, me planto bajo el muro final del tríptico. La cosa pintaba aventura. -Pues ya aquí, ¿Cómo lo ves? Yo tiraría y a salir de noche, que ya haremos ¿verdad? -Buah, tiene buena pinta, dice Jesús. -¡A por ello! Today is the day but ¡NO TOMORROW! En ese momento nos embarcamos en el viaje estelar, pues las estrellas del cielo oscuro nos acompañaron un buen rato, de esos últimos cinco largos de roca tiesa y a veces más que tiesa.
La roca era cambiante y tan pronto escalábamos muros de calidad y disfrute como tocaba “meter primera” y centrarse en la tarea al paso por zonas con algunos bloques precarios. Todo ello amenizado con algún que otro cambio de pies de gato a crampones y viceversa a mitad de largo.
Ya era la una de la madrugada y estábamos muy cerca de la cumbre. En mi dialogo interno pensé, -bueno, último cambio a crampones ya para acabar y proseguí ascendiendo por aquella rampa helada. Miraba para arriba pero en mitad de la oscuridad no conseguía divisar el final. Subí unos metros más y miré de nuevo, concentrándome en el foco de mi linterna. En ese momento entiendo por qué previamente veía un tanto extraño todo aquello, pues una gigantesca cornisa taponaba de lado a lado la canal en forma de anfiteatro donde me encontraba. Por unos segundos la tensión brota en el ambiente. Continúo subiendo sin querer creerme lo que acababa de ver hasta que me sitúo a escasos quince metros de ella. Vuelvo a enfocar con mi frontal y puedo ver, en el extremo derecho, una brecha que pareciera haber sido tallada para la ocasión, la cual nos daría la llave de salida. Un bonito final que fue la guinda perfecta a una jornada difícil de olvidar.
El resultado se llama “No Tomorrow” y es el fruto de 16 horas de escalada dejando patente que el Pirineísmo aún está vivo.















